Todo empezó con una sonrisa en clase
Nunca fui de los que creen en el “amor a primera vista”, pero sí en el “interés a primera conversación”. Ella estaba en mi clase de filosofía y tenía una manera de hablar que te obligaba a prestarle atención. No era que fuera la más linda (aunque sí lo era), sino que se notaba que pensaba diferente. Me llamó la atención desde el principio. Y como siempre, lo primero que uno piensa no es: “¿Será cristiana?”. Uno piensa: “¿Cómo hago para seguir hablando con ella sin parecer intenso?”.
Un día, el profesor dejó una tarea grupal y alguien propuso hacer un grupo en WhatsApp. Cuando vi que ella dijo “yo lo creo, pásenme sus números”, no lo pensé mucho. Le pasé el mío. Horas después me llegó un mensaje privado: “Hola, soy [ella], del grupo de filosofía. Te quería pedir el archivo de las lecturas que nos dejaron hoy”. Le mandé el archivo… y seguimos hablando. De la clase pasamos al meme. Del meme, al “¿qué estás leyendo últimamente?”. De ahí no hubo vuelta atrás.
Lo que no quise ver al principio
Empezamos a hablar cada vez más. Me reía como tonto con sus chistes y me gustaba lo que leía, lo que escuchaba, su forma de ver el mundo. Pero algo empezó a hacer ruido. Cuando hablaba de lo que yo creía, se quedaba callada o cambiaba de tema. Un día me dijo, sin drama, que no creía en Dios. No con odio, no con burla. Solo no creía. Y aunque me lo dijo con respeto, algo se quebró por dentro. Porque ahí entendí que no estábamos caminando en la misma dirección.
“Pero tal vez cambie…”
Esa frase me la repetí muchas veces. “Tal vez, si conoce cómo vivo mi fe, cambie de opinión”. “Tal vez Dios me la puso en el camino para que lo conozca”. Y aunque no lo decía en voz alta, en el fondo era eso lo que me sostenía. Porque no quería soltar ese vínculo bonito que teníamos. Pero también me empecé a sentir dividido. Cuando iba a la iglesia, pensaba en ella. Cuando hablaba con ella, pensaba en si debía hablar de Dios. Estaba con ella, pero no con paz.
Amar sin negociar la fe
Un día, mientras hablábamos en la universidad, me preguntó si alguna vez me veía casado con alguien que no creyera en Dios. No sé por qué lo preguntó, pero supe que era el momento de ser sincero. Le dije que no lo sabía. Que me costaba imaginar una vida compartida donde mi fe fuera solo “mi fe” y no “nuestra fe”. Fue una conversación tranquila, pero triste. Nos seguimos hablando un tiempo, pero ya no fue lo mismo. Y aunque no terminamos mal, fue duro aceptar que a veces, amar también es soltar.
No se trata de que sea “buena persona”
Conozco gente buenísima que no cree en Dios. Este no es un post para decir que no valen la pena o que no tienen algo que enseñarnos. Es un post para reconocer que cuando la fe es una parte central de tu vida, no se puede esconder debajo del tapete. Me sigue pareciendo una mujer increíble. Pero ahora sé que el amor no es solo sentir bonito: también es caminar con propósito. Y para mí, caminar con Dios no es negociable.
¿Te ha pasado algo así?
¿Alguna vez te gustó alguien que no compartía tu fe? ¿Cómo lo manejaste? ¿Qué aprendiste?
Te leo en los comentarios.
🤍
No os unáis en yugo desigual…”
2 Corintios 6:14